Puerta, llave, seguro, escaleras. Otra puerta, otro seguro. Camino. En el trayecto los vendedores de periódico en el semáforo, calculo que están ahí desde las seis de la mañana.
Al cruzar la calle, la parada de camión. Gente en traje, gente con ropa industrial, albañiles, familias enteras, profesionistas, estudiantes. Ahí también, el mismo señor en silla de ruedas que vende paletas Tutsi Pop a 25 pesos y al que en una ocasión le regalé una manzana.
Camino más. Otro semáforo. Canto y hablo en mis adentros mientras espero el semáforo para cruzar. Al otro lado de la calle, otra parada de camión. Ahí veo a ese señor que al parecer padece de sus facultades mentales, da una vibra quimérica al ambiente. Cuando no está, no hay luz, no hay sentido. Él hace el momento, sólo él. Flaco, greñudo, habla solo y controla los camiones con una impactante cadencia. Todo mundo se aleja de él, yo le sonrío aunque no se da cuenta. Camino el último tramo y entro al trabajo.
Después, a las seis y media aproximadamente, me preparo para volver. Cajones, puerta, escaleras, guardia, puerta, ¡hasta mañana!
Camino. Vuelvo a pasar por la parada de camión, y ahora está la señora de cabellos plata. Cruzada de brazos apoyada contra la estructura. Recibe a cada persona que pasa con un "¿no tiene cinco pesos para mi camión?" El camión cuesta doce. Su mirada se pierde en el infinito para no volver, la atrapa. Vuelvo al mismo semáforo, cruzo. Camino. La otra parada.
Hace frío, ahí sigue el señor en silla de ruedas vendiendo Tutsi Pops.
Escaleras, llave, seguro, puerta. Ya no recorreré lo mismo, ya me fui. Pero siempre habrá otros rostros, otros caminos, otros relatos, otras memorias, otras...
Escándalos de Luis Mendoza Acevedo
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