El agua cristalina del río
Lacanja Chansayab me dijo susurrando que entre la selva había un templo maya
con estelas e inscripciones. La corriente y las cascadas del río me trasladaron
a aquel lugar emblemático, caminé entre la frondosa selva de árboles descomunales
e insectos coloridos. Me impregné de un olor a lluvia, respiré el aire fresco.
Y llegué al templo maya.
Entre la vegetación verde intenso
se asomaba una construcción imponente, subí las escaleras y alcancé a ver las
inscripciones de mis ancestros mayas. Reliquias valiosas de cultura e historia.
Esas que se quedarán entre nosotros y protegeremos para que no sean saqueadas
por extranjeros. Porque es legado mexicano, y nos pertenece.
Regresé por otra vereda y llegué
a una cascada colosal, profunda y con espuma blanca resplandeciente. El agua
fría y refrescante, junté mis manos y tomé un sorbo de esa agua. Regresé a mi
cabaña entre la selva.
Por la noche escuchaba el ruido
de las chicharras y un jaguar se acercó. Pero como siempre decimos nosotros,
los animales son nuestros amigos, o casi todos los animales. No nos gustan las
vacas porque acaban con todas las plantas y árboles de la selva, no las dejan
crecer en libertad.
A los cedros, ceibas, caobas, las
bromelias y las orquídeas hay que respetarlos. Dicen en mi comunidad que hay
que ser amigo de la naturaleza porque así ella te va a cuidar y no va a dejar
que nada malo te pase. La naturaleza y yo somos uno mismo.