Veía sus manos con asombro, en ellas crecía una planta. Ayer se le perdió una semilla, es eso. Se enterró entre sus dedos. Brotaban hojas y ramas pequeñas. Era una enredadera. Al cabo de unos días su brazo estaba cubierto de vida verde.
Intentó quitarse esa cosa de su cuerpo, entre más cortaba las ramas, más crecía. Pasaron los meses y una enorme hoja cubría la mitad de su cara. No podía dejar de tomar agua y se volvió adicto a la luz.
El hombre árbol que alguna vez se quedó dormido en este patio, la tierra se apropió de él. Las ramas siguen verdes, él inmóvil. El viento y la lluvia ahora lo consienten.
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